Seguramente hoy seguiría sin conocer a Eduardo Halfon de no ser porque su novela más reciente aborda las reflexiones de un escritor que se ha convertido en padre. Y es que el hijo de Eduardo Halfon nació el mismo año que el mío, 2016. Hace dos semanas aproveché un viaje a Sevilla con mi hijo para entrar en una librería y pedir Un hijo cualquiera (Libros del Asteroide, 2022) y sin dudarlo lo compré.
La novela es breve. En realidad, más que novela se trata de una colección de pequeñas historias enhebradas por el marbete de la paternidad. Es, más bien, una novela fragmentaria, construida a base de retales, recuerdos de la vida del escritor en las que él contempla la paternidad como hijo y como padre. Ese desdoble hace posible que Halfon encuentre en la literatura una tabla de salvación en su deseo de estar a la altura como padre.
Eduardo Halfon escribe a su hijo aún no nacido
Porque resulta que Leo, su hijo, fue concebido «por accidente». Así lo confiesa el propio autor en una entrevista en el Periódico de Cataluña
Me convertí en tu padre, Leo, como todo lo importante en mi vida: por accidente. En las madrugadas me invade una profunda sensación de ansiedad o más bien de miedo: miedo a fracasar como padre. ¿Sabré ser padre, Leo?
De modo que comenzó a escribirle cartas a su hijo no nacido, y así nació también su otro hijo literario, Un hijo cualquiera, obra de la que me ocupo aquí.
Arranque explosivo, declive interior y cierre reflexivo
Con estas tres expresiones calificaría esta novela de Eduardo Halfon. Me fascinó el comienzo de la novela, me decepcionaron los pasajes centrales, pero me resultaron interesantes las reflexiones finales.
De los primeros textos tengo que rescatar el que me sirvió de catarsis personal. Permítanme citarlo para que ustedes extraigan sus propias conclusiones:
Le hablé de mi retorno forzoso a Guatemala. No le gusta su trabajo, ¿verdad?, me preguntó. Yo ni siquiera había mencionado mi trabajo, pero dije que no, no me gustaba […] Y entonces, Eduardo, si no Ingeniería, ¿en qué quiere usted trabajar?, insistió el doctor, y definitivamente no esperaba esa pregunta. En mi mente, en mi mundo lo que uno hacía para ganarse la vida era una cosa, y lo que a uno le gustaba, era otra […] No sabía qué decir. Pero con cautela, casi con pena una respuesta surgió de alguna parte muy adentro de mí y resonó como un eco en la oscuridad.
Leer, doctor.
Mis palabras me sorprendieron.
En este pasaje, el autor-narrador nos muestra el método por el que descubre su verdadera vocación. Él era un joven recién licenciado, aún en busca de una ocupación verdadera en el mundo. Eduardo Halfon acude a un doctor pues a lo largo de su vida había sufrido diversas afecciones. La manera en que el doctor logra sanarlo es una verdadera joya. El doctor hace que su paciente logre conocerse a sí mismo, como decía la máxima platónica. Y es por ello que la respuesta del mismo Halfon le sorprende a sí mismo. Pero es el paso esencial para nacer de nuevo: hablar, decir en voz alta lo que uno quiere hacer, aquello que le conmueve. Ese día nació el Halfon que hoy triunfa, el Halfon escritor. Y ese fue otro nacimiento, como el de su hijo.
A continuación, la novela entra en una serie de recuerdos de la historia guatemalteca que a mí, personalmente, me sumieron en un profundo tedio. Pero el cierre del libro me parece maravilloso:
Quería preguntarle cosas a mi padre. Preguntarle quién hubiera sido entonces mi padre si él hubiese muerto aquella tarde en el mar. Quería preguntarle a mi padre quién sería yo sin mi padre.