‘La tía Tula’, de Unamuno, un clásico que debería considerar la Ponencia de Lengua para la EvAU

La tía Tula

De vez en cuando, hay que rescatar un clásico de la novela filosófica. En esta ocasión le cederé el protagonismo a La tía Tula, de Miguel de Unamuno. Y lo hago desde una actitud reivindicativa: después de tantos años con los mismos clásicos de siempre (El árbol de la Ciencia —esta de Baroja—o San Manuel Bueno, mártir), ya es hora de que los estudiantes de Bachillerato tengan la oportunidad de analizar otra de las obras clave del autor, como digo, La tía Tula.

Argumento

Tras la muerte de su hermana Rosa, Tula se encarga de su cuñado Ramiro y sus sobrinos, que acuden a su casa. La convivencia entre Tula y su cuñado es complicada al principio. Emilio, que desea casarse con Tula, pretende que Ramiro utilice su influencia sobre la mujer para facilitarle los planes de boda. Sin embargo, Ramiro no está dispuesto a ayudarle, pues él se siente atraído por su cuñada, atracción que se ve favorecida por la vida en común.

Análisis de La tía Tula

Gertrudis es la tía Tula, una mujer con un carácter muy marcado, envolvente. La tía Tula es el alma de su familia, es una divinidad encarnada—pero retratada desde la humildad—. Se ha convertido en una especie de oráculo. Todos la desean, cada cual desde su posición: los hombres la desean como esposa; sus sobrinos, como madre; para su hermana Rosa, es como la voz de su conciencia.

Si Nietzsche hablaba del ideal de superhombre, en la tía Tula encontramos el ideal de supermujer, que encarna, pese a defender unos valores muy tradicionales (catolicismo y familia tradicional), el verdadero papel de mujer feminista. Pero se trata del feminismo desde el ejemplo de una vida de acción y no desde la actual performance que tan solo consiste en una intelectualización reivindicativa de los derechos de la mujer. Dicho coloquialmente: mucho ruido y pocas nueces. Mucho gritar y poco hacer. O lo que es peor (si hablamos del feminismo radical): demonizar al hombre para invertir el machismo histórico.

La maternidad es una forma de trascendencia, parece decir Unamuno, quizá de eternidad. Esa relación del hijo con la madre, además de ser biológica, es también un estado de conciencia, pues en el útero materno no puede haber miedo, no existe la idea de muerte.

Miguel de Unamuno

La versión femenina de San Manuel Bueno, mártir

Encontramos en La tía Tula a la heroína que tiene su paralelismo en el cura de Valverde de Lucerna, el párroco don Manuel, que en su caridad demuestra más redención que en toda la teología condensada del cristianismo. Don Manuel es otro héroe que se sacrifica, al igual que Gertrudis, por el ideal del «otro». Y, aunque parta desde su crisis de fe, se convierte, del mismo modo que Tula, en el faro que ilumina a su pueblo, solo que Tula lo hará con su familia.

Citando a Rafael Narbona:

No es un secreto que Unamuno encontró en su mujer, Concha Lizárraga, la perfecta encarnación de su ideal de lo femenino. Doña Concha no fue una simple esposa, sino una madre que asumió el cuidado físico y espiritual de Unamuno, prodigándole un afecto incondicional en sus momentos más críticos. La famosa crisis espiritual de 1897, que sacudió en el escritor sus cimientos morales y emocionales, se resolvió en mitad de la noche con un prolongado abrazo maternal. Concha le calmó, con una falsa pregunta: “¿Qué tienes, hijo mío?” En realidad, sabía que su marido sufría terriblemente por la hidrocefalia del recién nacido Raimundo, que moriría cinco años más tarde a consecuencia de una meningitis. Al observar a su hijo, Unamuno sintió el aleteo del “ángel de la nada”. La posibilidad de que la muerte significara un final inapelable le resultaba intolerable, especialmente en lo que se refería al dolor de los inocentes. No es posible creer en un Dios bueno, si no hay un mañana para los niños como Raimundo, prematuramente heridos por la fatalidad. La crisis de 1897 es –por tanto– vital y religiosa, no intelectual, y representa la exacerbación del conflicto entre fe y razón que atormentó a Unamuno la mayor parte de su existencia. 

Insisto: es el momento de reivindicar este clásico. No hay muchas novelas (de escasa extensión) en el primer tercio del siglo XX que reúnan las características que puedan atraer a un joven de 17 años. Esta es una de ellas. Seguiremos esperando.

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