El filósofo Byung Chul Han propone la vida contemplativa como gran remedio a los males de la actual sociedad

Vida contemplativa

Byung Chul Han se está convirtiendo en el filósofo más influyente del siglo XXI. En su ensayo más reciente, publicado por la editorial Taurus y titulado Vida contemplativa: elogio de la inactividad, sostiene que «estamos perdiendo nuestra capacidad de no hacer nada. Nuestra existencia está completamente absorbida por la actividad y, por lo tanto, completamente explotada. Dado que solo percibimos la vida en términos de rendimiento, tendemos a entender la inactividad como un déficit, una negación o una mera ausencia de actividad cuando se trata, muy al contrario, de una interesante capacidad independiente».

Ea, ahí lo llevas. ¿Cómo te quedas? Lo más doloroso es que es totalmente cierto. Quitando a los parásitos y pícaros del sistema, ¿quién vive hoy ajeno al estrés laboral, a la sociedad del rendimiento? Vayamos más lejos aún: está surgiendo un tipo de ser humano que capitaliza —de capitalismo— su propio tiempo de ocio para dedicarlo al neg-ocio. Hay una tendencia actual a considerar que el ocio es tiempo perdido. Y así asistimos a un nuevo tipo de cárcel, la cárcel autoconsentida y autolabrada por el propio ser: todos soñamos con ser el mejor escritor, el mejor cantante, el mejor futbolista, el mejor cocinero… Y eso implica destrozar la vida contemplativa en aras de la autoexplotación. Así lo denomina Chul Han. Y claro, luego vienen los cuadros de ansiedad, las depresiones y las enfermedades. Porque, como diría Cernuda, entre la realidad y el deseo se erige un enorme abismo.

A ellos nos han acostumbrado los reality shows de toda índole que vienen pululando por la caja de basura que hay en todo salón de vecino: Operación Triunfo, Masterchef, La Voz, Maestros de la costura… Menos mal que aún no han inventado el de aspirante a escritor super ventas. Todo se andará, porque hoy hay más escritores que lectores. Hoy todo el mundo escribe porque todo el mundo puede publicar. El caso es que si no logramos ser el nuevo Bustamante, el nuevo chef estrella Michelín o el nuevo Paco Rabanne, entramos en modo «frustración». Ahora bien, eso tiene arreglo: hay que seguir trabajando, quitando horas al sueño, a la familia, a los hijos y amigos, porque algún día seré una estrella del pop. Y si no sucede, es que el mundo no nos comprende. El problema es del mundo.

Vida contemplativa e inactividad

En su nuevo ensayo, Chul Han dice que:

El tiempo libre carece tanto de la intensidad vital como de la contemplación. Es un tiempo que matamos para impedir que surja el tedio. No es un tiempo realmente libre, vivo, sino un tiempo muerto. Una vida intensa hoy implica, sobe todo, más rendimiento o más consumo. Hemos olvidado que la inactividad, que no produce nada, constituye una forma intensa y esplendorosa de la vida […] La verdadera vida comienza en el momento en que termina la preocupación por la supervivencia, la urgencia de la pura vida. El fin último de los esfuerzos humanos es la inactividad […] La verdadera felicidad se debe a lo vano e inútil, a lo reconocidamente poco práctico, a lo improductivo, a lo propio del rodeo, a lo desmedido (…), andar paseando parsimoniosamente, comparado con el caminar, correr o marchar hacia un lado, es un lujo.

Byung Chul Han

Pues ya lo ven: incluso el tiempo que dedicamos al deporte, al gimnasio, que parece ser tiempo de ocio, también está infectado del cáncer capitalista, de finalidad, de utilidad. Porque corremos para adelgazar, nos machacamos en el gimnasio para lucir bíceps. Y ese propósito ya desviste esa actividad de su carácter contemplativo.

La finalidad de lo que hacemos es otra recreación del Mito de la Caverna, que también es abordado por Chul Han en su ensayo. El prisionero sale de la caverna y al contemplar (adviértase la cursiva) lo que hay fuera se queda prendado. Ha conocido la verdad, pero la ha conocido a través de la contemplación, de modo que «la vida activa sin la vida contemplativa es ciega».

El ejemplo de Sócrates: eternidad versus inmortalidad

Sócrates es un ejemplo de ser contemplativo. El filósofo no se detuvo a escribir sus pensamientos, porque el hecho de escribir ya implica acción (antónimo de inactividad y contemplación), una necesidad de buscar la inmortalidad a través de lo escrito. Y en este apartado del libro, Chul Han distingue dos conceptos muy diferentes: «eternidad» frente a «inmortalidad».

La inmortalidad es un continuar y durar dentro del tiempo que es propio de los dioses, que no mueren ni envejecen, y del cosmos imperecedero. Rodeado de lo infinito, el ser humano, en cuanto ser mortal, se procura la inmortalidad creando obras duraderas. La aspiración a la inmortalidad, a la gloria inmortal es, según Arendt, «la fuente y el centro de la vida activa» […] El objetivo de la vida contemplativa, por el contrario, no es el continuar y durar en el tiempo, sino la experiencia de lo eterno, la cual trasciende tanto el tiempo como el mundo circundante de quien la tiene (…) sin embargo ningún ser humano puede permanecer en la experiencia de lo eterno. Debe retornar a su mundo circundante. Pero tan pronto como un pensador abandona la experiencia de lo eterno y comienza a escribir, se encamina a la vida activa, cuyo fin último es la inmortalidad.

Otros títulos del autor

Otros títulos que en su día me fascinaron de este filósofo son:

  • La expulsión de lo distinto, donde astrea el violento poder de lo igual en fenómenos tales como el miedo, la globalización y el terrorismo, que son los que caracterizan la sociedad actual.
  • El aroma del tiempo, ensayo en el que reflexiona sobre la crisis temporal contemporánea, en diálogo con Nietzsche y Heidegger. La fugacidad de cada instante y la ausencia de un ritmo que dé un sentido a la vida y a la muerte, nos sitúa ante un nuevo escenario temporal, que ya ha dejado atrás la noción del tiempo como narración.
  • La salvación de lo bello, pues lo bello natural se ha atrofiado en lo liso y pulido de lo bello digital. Hoy nos hallamos en una crisis de lo bello en tanto que se lo satina, convirtiéndolo en objeto del «me gusta», en algo arbitrario y placentero, que se mide por su inmediatez y su valor de uso y de consumo.
  • La sociedad del cansancio. En este ensayo Han expone una de sus tesis principales: la sociedad occidental está sufriendo un silencioso cambio de paradigma, un exceso de positividad que está conduciendo a una sociedad del cansancio. Según el autor, toda época tiene sus enfermedades emblemáticas. Así, hay una época bacterial que toca a su fin con la invención del antibiótico. A pesar del manifiesto miedo a la pandemia, ya no vivimos en la época viral. La hemos dejado atrás gracias a la técnica inmunológica. El comienzo del siglo XXI, desde un punto de vista patológico, no sería ni bacterial ni viral, sino neuronal. La depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional (SDO) definen el panorama de comienzos de este siglo. Estas enfermedades no son infecciones, sino estados patológicos que siguen a su vez una dialéctica, pero no una dialéctica de la negatividad, sino de la positividad, hasta el punto de que cabría atribuirles un exceso de esta última.

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