He quedado fascinado con una novela que ni sabía que existía: ‘La piel de Zapa’, un clásico de Honoré de Balzac, el creador de la comedia humana. Es pura novela filosófica, de las que encajan con el género narrativo que me gusta. Es una de estas novelas que lees y dices: «Joder, me habría gustado escribir esta novela». Pero no, la escribió un genio, Balzac.
Veamos la sinopsis: recrea de forma particular el viejo asunto de la venta del alma al diablo, que en la sociedad burguesa en la que irrumpe incontenible la ley del dinero adopta la forma del intercambio de la existencia por la satisfacción de los deseos que son su motor. En París, una triste tarde de octubre, un joven pierde su última moneda en una casa de juego. Aturdido y tentado por la idea del suicidio, y mientras aguarda que caiga la noche, entra en una singular tienda de antigüedades en la que se cruzará en su camino un talismán en forma de piel curtida que cambiará de forma crucial el rumbo de su existencia.
El precio de la ambición, el ansia de la juventud, los descarnados inicios del imperio de una sociedad regida por la posesión de riqueza, y los desvaríos del amor se entreveran en esta novela que desde el mismo momento de su publicación ha gozado ininterrumpidamente del favor del lector.
El deseo como motor de aniquilación
Buda decía que el deseo mata, en el deseo se halla el mal que nos corrompe y nos acerca lentamente a la muerte. El deseo es siempre insatisfecho porque cuando se satisface, ya no deseamos lo logrado y es necesario volver a desear. Ese es el motor. Por eso decía Buda que el deseo es origen del sufrimiento y que la libertad consiste en no desear. El protagonista de La piel de Zapa incluso llega a dominar el mecanismo del deseo y pide a su mayordomo que sea él quien decida el menú semanal porque él ya no desea desear. El deseo le cuesta tiempo de vida, y la piel encoge cada vez que le satisface un deseo.
El lector competente advertirá que la piel de zapa no es más que un símbolo, una metáfora de la vida cotidiana que puede demostrarse con un sinfín de ejemplos. Pongamos por caso el deseo de quien pide una vivienda, una casa, y al cabo de dos años se ve endeudado, hipotecado y embargado por causa del dichoso inmueble. Muchas veces deseamos a otra persona y abandonamos nuestra pareja o matrimonio porque el deseo puede verse satisfecho, y al cabo de un tiempo nos vemos en la más plena soledad puesto que la nueva pareja se ha convertido en un tormento. Hay quienes desearon tener dinero y, tras un lance de fortuna en la Lotería, se convirtieron en millonarios que luego terminaron en el suicidio porque quedaron entrampados.
Epicureísmo y estoicismo en La piel de Zapa
Epicuro decía que el ideal de vida ha de ser un estado de ausencia de dolor o perturbación, una vida sencilla, ligada a la naturaleza y al trabajo de autosuficiencia y lejos de todo deseo mundano. El estoicismo sostiene que no es la realidad la que nos afecta, sino más bien nuestra opinión acerca de esa realidad. Claramente, un deseo fervoroso sobre algún aspecto de la realidad es el hecho evidente de que son en realidad nuestras percepciones las que tambalean nuestro equilibrio emocional, y no esa realidad o el hecho en sí.
Rafael de Valentin, protagonista de esta obra de Balzac, alcanza al final el estado de iluminación cuando ha logrado controlar sus impulsos, sus deseos y, tras una vida licenciosa, entregada a los placeres mundanos, entre los que se incluye el deseo de conquistar a la mujer más codiciada de París, se percata de que es la señorita Pauline, que había vivido enamorada de él desde mucho tiempo atrás, la verdadera mujer de su vida, pero la nebulosa del deseo le había oscurecido su mente hasta impedirle ver con claridad. Por eso, la piel de zapa dice: «La muerte no importa, si al final se ha logrado comprender en qué consiste la vida».
