Decidí leer esta novela porque comparte parte de la esencia filosófica que he puesto en mi novela Abracadabra—Historia de una resurrección. Bárbara Blasco sabe bien de lo que habla. Cómo si no podría aparecer en su novela una frase como la que he decidido entrecomillar en el titular: «Todo síntoma o enfermedad es una metáfora». Veámoslo.
Decía Jean Jacques Lacan, el mejor psicoanalista de la Historia tras Freud, que «todo síntoma o enfermedad no es más que un discurso logrado». El discurso, lo que decimos, nuestro lenguaje, nos informa de la realidad que tenemos encima. El discurso es la manifestación de lo que está oculto en cada humano. Freud lo llamó «el inconsciente».
La psique está estructurada en un lenguaje cuyas palabras es necesario liberar para encontrar el origen de lo que nos sucede. Y el origen de todo es psíquico, no físico. Sin ir más lejos, quien, a modo de ejemplo, padece síntomas relacionados con las cuerdas vocales, con el aparato fonador, con el hablar, debería entender que ahí se produce el fenómeno metafórico que nos informa de esa realidad: la comunicación y lo que ella implica está en el centro. ¿Qué sucede cuando la persona habla, cuando tiene que hablar para lo sus intereses o necesidades? ¿Por qué esa persona ha generado un síntoma, una enfermedad, un problema, en el aparato fonador, que es el encargado de la comunicación? Esa persona debería entender que es ese síntoma o enfermedad es una metáfora de lo que le sucede en su vida. Pero eso que le sucede está oculto, o sea, está inconsciente, solo hay que desocultarlo.
La profundidad de Bárbara Blasco
La novela de Bárbara Blasco apenas tiene más argumento que las reflexiones de la protagonista en torno a la cama de hospital donde su moribundo padre descansa en un coma profundo. Los íntimos y sucios trapos del progenitor y una degradante relación familiar hacen que las últimas horas, los últimos días de su padre, se conviertan en un festín, en una orgía de introspecciones de la protagonista acerca del sentido de lo esencial y lo secundario en la vida.
Me ha gustado mucho la relación que la protagonista mantiene con el otro enfermo de la habitación. Esa relación está llena de literatura, de buena literatura. El paciente, también terminal, pero muy consciente y activo hasta el punto de la sublimación sexual, aporta interesantes reflexiones basadas en obras y autores de nuestra literatura.
El final de la novela es sorprendente. Nadie espera lo que va a suceder entre la protagonista y ese paciente, pero al menos ese suceso da un sentido a su vida. Pero no diré más porque no se trata aquí de destripar el relato.
Más sobre la autora
Bárbara Blasco (Valencia, 1972) trabajó como dependienta, teleoperadora, camarera, ayudante de mago, bailarina de cabaret, empleada de gasolinera, actriz secundaria y vendedora de enciclopedias antes de licenciarse en Periodismo. Ha estudiado dirección cinematográfica en el Centre d’Estudis Cinematogràfics de Catalunya, y guion de cine en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, Cuba. Es autora de las novelas Suerte (2013), La memoria del alambre (2018) y Dicen los síntomas (Premio Tusquets Editores, 2020), un excelente retrato de una mujer en crisis. En la actualidad, colabora en diferentes medios como El País y Valencia Plaza, e imparte clases en el Taller de Escritura Creativa de Fuentetaja.